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        Uno de los exponentes de la literatura naturalista en América Latina fue el puertorriqueño
        Manuel Zeno Gandía, con su novela La charca (1894). En Chile, Augusto d’Almar publicó la
        novela Juana Lucero, y la peruana Clorinda Matto de Turner logró gran reconocimiento con su
        novela Aves sin nido. El argentino Eugenio Cambaceres retrató la decadencia de las clases altas y
        el problema de la inmigración en novelas como Música Sentimental y En la sangre. En Venezuela,
        el mayor representante del naturalismo fue Rómulo Gallegos, con novelas como Doña Bárbara.
        En Guatemala, destaca la novela Alcohol de Enrique Martínez Sobral.


        Cada uno de los autores y obras mencionados más arriba intenta reflejar la realidad de su
        país, a través de la caracterización de personajes que son estereotipos; es decir, identificables y
        representativos.



          aves sin nido (fragmento)
          clorinda matto de turner


        Si la historia es el espejo donde las generaciones por venir han de contemplar la imagen de las
        generaciones que fueron, la novela tiene que ser la fotografía que estereotipe los vicios y las
        virtudes de un pueblo, con la consiguiente moraleja correctiva para aquéllos y el homenaje de
        admiración para éstas.


        Es tal, por esto, la importancia de la novela de costumbres, que en sus hojas contiene muchas
        veces el secreto de la reforma de algunos tipos, cuando no su extinción.

        En los países en que, como el nuestro, la Literatura se halla en su cuna, tiene la novela que
        ejercer mayor influjo en la morigeración de las costumbres, y, por lo tanto, cuando se presenta
        una obra con tendencias levantadas a regiones superiores a aquellas en que nace y vive la novela
        cuya trama es puramente amorosa o recreativa, bien puede implorar la atención de su público
        para que extendiéndole la mano la entregue al pueblo.

        ¿Quién sabe si después de doblar la última página de este libro se conocerá la importancia de
        observar atentamente el personal de las autoridades, así eclesiásticas como civiles, que vayan a
        regir los destinos de los que viven en las apartadas poblaciones del interior del Perú?

        ¿Quién sabe si se reconocerá la necesidad del matrimonio de los curas como una exigencia
        social?


        Para manifestar esta esperanza me inspiro en la exactitud con que he tomado los cuadros, del
        natural, presentando al lector la copia para que él juzgue y falle.

        Amo con amor de ternura a la raza indígena, por lo mismo que he observado de cerca sus
        costumbres, encantadoras por su sencillez, y la abyección a que someten esa raza aquellos
        mandones de villorrio, que, si varían de nombre, no degeneran siquiera del epíteto de tiranos.
        No otra cosa son, en lo general, los curas, gobernadores, caciques y alcaldes.

        Llevada por este cariño, he observado durante quince años multitud de episodios que, a
        realizarse en Suiza, la Provenza o la Saboya, tendrían su cantor, su novelista o su historiador que
        los inmortalizase con la lira o la pluma, pero que, en lo apartado de mi patria, apenas alcanzan
        el descolorido lápiz de una hermana.
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